Tenedores sin mesa: el hambre estructural en tiempos de abundancia
- RSCT
- 20 jun
- 3 Min. de lectura

Un tenedor tirado en la calle. Solo, torcido, sucio. Como un símbolo sin causa, como un gesto suspendido. ¿De qué sirve un tenedor si no hay plato? ¿Ni mesa? ¿Ni comida?
Vivimos rodeados de utensilios diseñados para alimentarnos, mientras millones de personas no tienen qué llevarse a la boca. El tenedor se vuelve huérfano. La herramienta queda sin función.
¿Por qué importa este tema?
Porque el hambre ya no es un accidente, ni una excepción: es parte del diseño.
El Global Report on Food Crises 2025, coordinado por la FAO, el Programa Mundial de Alimentos y la Unión Europea, reporta que más de 295 millones de personas viven con hambre aguda en 53 países. Una cifra que no deja de crecer, mientras los fondos para combatirla disminuyen.
Lo dijo con claridad Raj Patel: “el sistema alimentario global produce tanto la desnutrición como la obesidad”. En Obesos y famélicos, muestra cómo ambos extremos conviven como síntomas de un modelo que prioriza la rentabilidad sobre el derecho a comer. La comida se produce en exceso, pero se reparte mal. El problema no es técnico, es político.
En este contexto, el hambre deja de ser una emergencia y se vuelve una constante. No es ausencia de alimentos: es exclusión organizada.
¿Qué dilemas o contradicciones lo atraviesan?
El dilema más punzante es la normalización del hambre. Convivimos con ella, la esquivamos en la vereda, la llamamos “mala suerte” o “falta de esfuerzo”. Hemos aprendido a vivir en un mundo donde es más aceptable ver a alguien comiendo de la basura que cuestionar por qué hay basura con más nutrientes que su plato.
Este silencio no es casual. Mariana Mazzucato, en El valor de las cosas, nos recuerda que el sistema económico premia aquello que genera ganancia, no aquello que sostiene la vida. Alimentar, cuidar, compartir: todo eso queda relegado. Mientras se celebra la eficiencia de un algoritmo que entrega comida en 15 minutos, millones siguen esperando una cena digna.
Así, el hambre se convierte en parte del paisaje. Y el tenedor —ese símbolo de lo cotidiano— queda sin mesa, sin plato, sin historia. Una herramienta diseñada para algo que ya no se garantiza.
¿Qué podemos hacer desde nuestro "tenedor"?
Podemos dejar de preguntar solo “¿qué como hoy?” y empezar a preguntarnos “¿quién no puede comer y por qué?”. Porque el hambre no se resuelve con actos individuales de bondad, sino con decisiones colectivas de justicia.
Desde nuestro lugar, podemos:
Sumar fuerza a las redes de abastecimiento justo y soberanía alimentaria.
Exigir políticas públicas que garanticen el derecho a comer bien, no apenas a sobrevivir.
Apoyar comedores, huertas comunitarias y ferias que distribuyen sin intermediarios ni jerarquías.
Denunciar el desperdicio, el abuso, la especulación con los alimentos.
Y también, reaprender a mirar la comida. Como plantea Carlo Petrini en Bueno, limpio y justo, comer bien no es solo cuestión de sabor o salud: es también un acto político. Un gesto que puede sostener o cuestionar un sistema.
Conclusión
El hambre no es un error del sistema. Es su consecuencia más visible y más negada.
Y mientras haya tenedores sin mesa, lo que falta no es comida: es voluntad, redistribución, memoria.
¿Cuántos tenedores huérfanos hay en tu barrio? ¿Y qué vas a hacer con el tuyo?
Para seguir pensando:
Obesos y famélicos, Raj Patel
El valor de las cosas, Mariana Mazzucato
Bueno, limpio y justo, Carlo Petrini
Stuffed and Starved, Raj Patel (versión en inglés)
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